martes, 22 de diciembre de 2009

PADRE, HIJO, HERMANO Y AMIGO


En esta ocasión me gustaría que fueras parte de este artículo. Permíteme introducirte en el siguiente escenario.

Vives en un mundo alterno al nuestro, en una ciudad en donde hay una policía para la moral, regulando las mentiras, inmoralidades sexuales y hasta los malos pensamientos. Los castigos son severos y el más pequeño delito es imperdonable.

Un día eres descubierto rompiendo la ley de la moral, se leen tus cargos en un juicio y eres condenado a una cruenta tortura y luego a una lenta y agonizante muerte; pero sucede algo terrible.

El juez no quiere que tú pagues por tu delito, porque eso no sería pago suficiente para ti. La peor parte de la condena es que el que va a sufrir el castigo es uno de tu familia, el que tú más amas o el que más te ama a ti.

Te obligan a ver cómo desfiguran su rostro a golpes, más allá de lo imaginable, lo escupen y lo ridiculizan, lo hacen cargar un pesado tronco por un par de millas, las millas más largas que has visto a nadie caminar en tu vida, lo cuelgan en el tronco, clavos en sus extremidades soportando su peso.

Tiene que rasgar su carne con dolor para poder ponerse en una posición que le permita respirar. Le ofrecen burlescamente una droga para calmar su dolor, pero no la recibe.

Ahí desangrado y desfigurado por tus errores se encuentra tu padre, hijo, hermano o amigo y en sus últimas palabras te dice con una sonrisa que te ama y lo haría de nuevo por ti.

Esto fue lo que Jesucristo, tu Padre, Hijo, Hermano y Amigo hizo por tus errores hace más de dos mil años y hoy te sonríe diciendo: “Lo haría de nuevo porque te amo”.

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