martes, 1 de abril de 2008

EL ÁRBOL QUE NO QUISO SER

En el interior de un bosque que cubría las faldas de una montaña, crecía una familia de pinos. Con el paso de los años el más joven había crecido grande, fuerte y robusto, el más alto y orgulloso del bosque, pero a la vez era muy ingenuo e insensato.

En sus ramas se posaban toda clase de aves que llegaban de los rincones más recónditos de la tierra, contando historias y leyendas del mundo del hombre, relatos de guerras y héroes, romances, duelos, y todas las grandes maravillas creadas por su mano. El pino soñaba con ser parte de este mundo mágico a cualquier precio.

Desde su última rama podía ver la gran ciudad del Este. Se imaginaba convertido en una casa, ser el acogedor hogar de una familia humana y entretenerse con estos extraños seres y sus historias, y ser con ellos, junto a otros árboles familiares que habían sido anteriormente talados, para siempre feliz.

Divisaba al oeste el gran mar azul, y el joven pino se maravillaba al ver como flotaban majestuosas las grandes naves y desaparecían en el horizonte; hablaba con arrogancia para sus adentros: “Si tan sólo pudiera ser uno de esos mástiles, navegaría por tierras lejanas, timoneado por algún gallardo capitán. Ya no aguanto la paz y la quietud de este aburrido bosque, pasan los siglos y aquí no cambia nada.

Quisiera arrancar mis raíces y echarme a correr, me hace falta el peligro y la aventura, o tal vez algo de entretenimiento. Estoy cansado de ser árbol y tan sólo oír historias, quiero formar parte de algo grande”.

Un buen día al pino se le concedió su deseo. Un grupo de hombres estaban buscando un árbol para cortar, y cuando le vieron potente, parado firme en medio del bosque, casi se les sale el corazón ante la escena. El pino sobresalía en gran manera y sus ramas más altas parecían abrazar las nubes.

El árbol estaba lleno de alegría, finalmente conocería al mundo. Los leñadores pasaron gran trabajo para derribarlo, le picaron en pedazos y se lo llevaron. Aunque fue algo doloroso, su sueño se cumplió cabalmente, pues gran parte de la fina madera fue usada en la construcción de un buque de guerra, para un temerario pirata y el resto se usó para construirle una cabaña de verano, en una aventajada posición a las afueras de la gran ciudad, a un acaudalado comerciante.

Fue anfitrión de un sin número de fiestas y banquetes, a las cuales sólo asistía un selecto grupo de la sociedad. Acomodó a importantes huéspedes, desde reyes y políticos hasta famosos artistas de la época. Siempre hubo en su interior mucho vino y comida y el pino era feliz. Mientras tanto, navegaba por los confines de la tierra, conociendo países lejanos, batallando valiente contra fieras tempestades, hundiendo cientos de navíos.

Saqueó puertos, ciudades costeras y conoció todo tipo de animales, llevando a sus espaldas sanguinarios piratas y mujeres exóticas, cargando en su interior tesoros que le cegaban con su resplandor.

Y así pasaron los años, el pino se estaba deteriorando ya había sufrido muchas reparaciones, porciones de otra madera en los lugares donde había sido herido y cambios de color, pero nada de esto podía ocultar la triste realidad; se estaba muriendo.

El árbol comenzó a sentir una extraña sed, no era algo nuevo, ya la había sentido antes, pero no le había prestado atención.

Estaba muy ocupado conociendo al mundo y a los hombres.

Pero cuando ya lo había visto todo y no encontraba nada nuevo, cuando había comprendido a fondo la solitaria y asesina naturaleza del hombre y se había cansado de la suciedad de sus fiestas y borracheras y de su crueldad contra todo lo creado, cuando ya no quedaba nada oculto en el horizonte, la rutina parecía aumentar aquella extraña sed, y aunque estaba rodeado por toda el agua del océano y alrededor de la cabaña había ríos y lagunas, su sed no podía ser apagada.

Sentía el agua acariciar su textura e incluso penetrar su porosa piel, pero no se satisfacía; no como cuando crecía verde y corpulento en la montaña.

Una fría tarde de invierno, la cabaña se quemó y el viejo buque en alta mar, bajo una gran ola se hundió. El tiempo le dio paso al tiempo y el pino se podría lentamente, viejo y arrugado, y por más que quiso muchas veces, no podía acelerar el proceso de su muerte.

Entre las algas, en la oscuridad del fondo del mar, el árbol ingenuo aprendió la más dura lección, que la vida en el mundo lejos del bosque, rápido se vive y poco se disfruta; en cambio la muerte se sufre lentamente.

“Qué insensato fui” lloraba amargamente, pues le atormentaba en gran manera la sed que había quedado para recordarle que una vez echó raíz y se alimentaba naturalmente y sin esfuerzo; no tenía hambre, ni tampoco sed, nunca le hizo falta abrigo, ni pintura, ni porciones, porque lo vestían sus verdes hojas y la naturaleza y su curso se encargaban de sanarlo si estaba herido.

El árbol más alto en el bosque, el más hermoso de los pinos, envidiado por todos, acariciado por las nubes, la brisa y el sol. Refrescado en las tardes calientes de verano por ríos subterráneos, nunca nada le faltó.

Qué poco valoró aquellas tranquilas noches de primavera cuando hablaba con la luna, y cómo extrañaba el cantar de los pajaritos que un día le fueron molestos. Hoy, el eco de sus voces le rompía el corazón.

Lo rodearon las zarzas y la vegetación y su cuerpo quemado no tenía fuente de regeneración, se pudrió llorando tristemente por los siglos, lamentando y recordando lo que un día fue… ¡El árbol que no quiso ser!

Esto es lo que le sucedió al hombre cuando fue cortado de Dios, su fuente de vida.

La humanidad se comenzó a podrir y lentamente a morir, pero a diferencia del pobre pino de nuestra historia, hay un agua que le puede devolver al hombre la vida. Esta agua sólo la puede dar uno, su nombre es ¡Jesucristo!, quien clavó nuestra podredumbre en la cruz del Calvario y se la ofrece gratuitamente al que tenga sed.

Pero qué triste es saber que el hombre no le preste atención a su sed de Dios, por los placeres del mundo, sus vanidades y su afán. Como el árbol orgulloso no entiende que cuando se queme y sufra eternamente, no importarán las grandes amistades, ni el poder ni la fama, ni todo el oro del mundo y sus placeres. Lo único que deseará será el agua viva de Cristo para saciar su sed, pero no la hallará.

Entonces será conocido aquel hombre como conocemos a nuestro árbol ahora… Como el de Dios que no quiso ser hijo.

“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, el que está en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin Mí nada podéis hacer. El que en Mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden”. San Juan 15:5-6

“Pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca volverá a tener sed, porque el agua que Yo le daré brotará como un manantial de vida eterna”. San Juan 4:14

VOLAR SIN ALAS

Volar sin alas, es tener libertad sin ser libre, es romper las maldiciones generacionales, es convertirte en el hombre que dijeron nunca podrías ser.

La humanidad ha creado muchas jaulas, pero ninguna lo suficientemente fuerte para encarcelar la mente, tú eres prueba viviente de ese hecho.

Hay una palabra que pudo hacer este logro posible en mi vida y quiero compartirla contigo.

Es "Metanoeo", palabra griega que significa arrepentimiento. No significa, siento mucho que me descubrieran. Significa un cambio en la mente del hombre, pues los pensamientos negativos son el futuro que éste crea para sí mismo.

Renueva tu mente en las cosas que te llevarán hacia adelante, Dios, el amor y la paz y siempre recuerda que tú le das la oportunidad de volar al ave que es tu mente.

Que éste gran logro no sea un paréntesis en tu vida, sino el comienzo de un futuro brillante, porque tú puedes hacerlo si realmente lo crees y te das la oportunidad de volar sin alas.

¡Que Dios los bendiga!

En mi graduación de la enseñanza media