martes, 8 de mayo de 2007

CARTA A MI PADRE

(El arma secreta, escrita aprox… en julio del 2006)

Ya bien entrada la noche, por medio de la pluma y el papel, descargo los sentimientos hallados en los lugares más recónditos de mi corazón adolescente, y sin pensar en lo que escribo, solamente dejo que fluya el torrente de versos que hasta hoy se hallaban estancados en mi subconsciente, esforzándome por no dejar ninguna palabra pendiente que se cuele por algún resquicio que no halla espacio en mi ya corrompido juicio, para guardar un sólo te amo de los que bombea mi corazón, simiente tuya y de mi madre por obra de Dios latiente y por medio de la presente me dirijo al gigante; mi padre: Benjamín Cárdenas Pedroso. Lo oyes, lo escuchas, he ahí un nombre precioso, insignia de un titán coloso, siervo del Dios todopoderoso.

Es el nombre que ostenta un hombre paciente, sabio, sonriente y de compresivo semblante. El maligno no ha perdido instante para intentar desgarrarte, incontables veces arremetió contra ti aberrante, con toda su potencia y furia para quebrantarte, mas tú sereno en el nombre de Jesús el Nazareno, a su ejército la cara le plantaste, tus pies firmes sobre la roca no se movieron y luchaste la buena batalla, sangraste y lloraste, pero la pelea nunca dejaste, Cristo te dio la victoria y aunque el diablo se llenó de cólera, no pudo ni con todas sus hordas derrotarte, y lejos en silencio, ávido el cobarde, conspirando para herirte, pues se ha dado cuenta de que no te amedrenta su falso alarde.

Ay padre, mi amado padre, qué dolor me invade, padre, cómo sangra mi herida. En este rincón de mi habitación estoy rendido en el suelo mientras fluyen lágrimas, líneas cargadas de sentimiento. Sufro en un constante tormento, lloro como los niños cuando están hambrientos, escribo con furia tratando de apagar mi dolor, el cual sólo crece, y crece. Y mientras escribiendo voy comienzo a darme cuenta de lo que soy, ¿será posible? ¿En qué me he convertido?

Yo, tu hijo, me presento… soy el látigo castigador, el hacha del verdugo, tu corona de espinas, el madero de tu cruz. Soy de tu vida la luz que se ha convertido en un martirio que te quema a fuego lento, qué angustia siento, pero qué claro se ve todo en este doloroso momento. Se me escapa el aliento y entre el torbellino de mi turbulenta y desastrosa vida un instante de lucidez encuentro. Pero… ¿soy yo? ¿Será esto cierto?

¡Soy yo! ¡Soy yo! Oh, padre ¡soy yo! La espada que el enemigo contra ti empuñe violento y tú recibes los implacables golpes de tu hijo mientras él ríe contento. Pero en este momento… todo está en blanco, ya no soy espada flecha ni arco, ya no soy látigo ni hacha; me levanto del suelo, vuelvo a ser papel y pluma y escribo las palabras que me susurra al oído una voz suave como el viento… “Jason, dile a tu padre que no pierda la esperanza, que sus oraciones surten efecto que no le he olvidado, y no se ha acabado el trayecto… hay esperanza”.

Padre, Dios quiera que tu hijo de esta pesadilla pronto se encuentre despierto y que estés presente para con tus ojos presenciar este ansiado momento.

Gigante, oh, gigante… quisiera poder expresarte estas palabras frente a frente, sin papel y sin pluma, sólo mi voz hablando claramente, pero no puedo, no me atrevo, me lo impedirían las lágrimas estás muy alto y yo tan bajo y degradante. No merezco mis virtudes y mis talentos, he visto hombres menos hábiles, pero con su vida contentos y qué es lo que se cree este mocoso, que en momentos del pasado también negara a mi Padre celestial para querer ser uno más del montón.

Padre mío, oh, padre mío, a mi corta edad he recorrido incontables rumbos y caminos, me he encontrado con mil destinos, he andado por calles llenas y vacías, he hecho mil maldades y he sido un lobo en piel de oveja buscando saber lo que soy y adonde pertenezco. Pero qué descaro, cómo me atrevo, soy yo y estoy aquí porque vine de ti y a ti pertenezco. Te he buscado tanto, sin saber lo que buscaba cuando siempre estuviste ahí frente a mí…tan sólo algo te ruega este niño infeliz… siempre recuerda que te amo y no te olvides de pedirle a Dios que se apiade de mí…

El arma secreta que te ha hecho tanto daño.

Tu hijo

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